RESUMEN:
La vida moral como viaje: el camino es Jesucristo; la meta es Dios; las indicaciones del camino, la ley; el combustible, la gracia divina; la conciencia, los ojos del conductor

TEXTUAL:
p.61, §1- p.62, §2

Un ejemplo algo tópico

Al llegar a este punto decidimos cambiar de ejemplo.

La vida moral es un viaje, y por cierto lleno de peripecias. El camino es Jesucristo lo dijo Él mismo y lo que el amor a Jesucristo comporta; es decir, la ley moral objetiva. La meta es Dios, el Cielo, la vida eterna. Las señales de tráfico, las indicaciones de los agentes, los semáforos, etc. son otras tantas normas que ayudan a no terminar en la cuneta. El combustible, la gracia divina, que nos pone en marcha e impide que nos paremos...

¿Y la conciencia?

La conciencia es el conductor; o mejor, los ojos del conductor, que deciden inapelablemente dónde esta el camino, cómo se toma cada curva y en qué momento conviene cambiar de marcha, acelerar o pisar el freno. Un buen conductor sólo se fía de lo que ve. Las advertencias de sus acompañantes (Pepe, cuidado con el cruce; acelera un poco; mete la tercera) le traen al fresco, y hace bien: sus ojos son los que mandan. De ahí que, si es prudente, tenga buen cuidado de ellos: se gradúa la vista cuando lo necesita, lleva gafas de sol para evitar reflejos y deslumbramientos, y, desde luego, se ocupa de que su visión sea perfecta, de que no le engañe jamás. Porque los ojos pueden enfermar. Y la conciencia, también.

Las enfermedades o anomalías de la conciencia se parecen bastante a las de la vista. Por eso, confiando en que me perdonen la vida los oculistas que me lean, me arriesgo a decir unas cuantas barbaridades oftalmológicas.



p.64,§5 La cocofagia: -¿Formar mi conciencia, dice? No estoy de acuerdo. Eso de formar conciencias me suena a comida de coco.

FUENTE:
MONASTERIO, Enrique: Pensar por libre, Ed.Palabra, 1996 Madrid

FUENTE AMPLIADA:
MONASTERIO, Enrique: Pensar por libre Ed. Palabra, Madrid, 1996