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Conocimiento > Del VERUM QUIA ENS al VERUM QUIA FACTUM

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RESUMEN:
5. Primer estadio del tránsito del mundo antiguo al moderno: Paso del VERUM QUIA EST al VERUM QUIA FACTUM Para el pensamiento antiguo y medieval el hombre conocía las cosas porque respondían a una rezón creadora, a una inteligibilidad ininterrumpida, una lógica divina que permite que exista una lógica humana correlativa. Vico (s XVIII) es el que introduce el giro copernicano del pensamiento moderno: lo único que podemos reconocer como verdadero es lo que nosotros mismos hemos hecho: surge así el historicismo, el predominio de lo hecho por el hombre, que es lo único realmente comprensible en el inmenso y eterno devenir (irracional) del universo



TEXTUAL:
Si queremos saber cómo se ha llegado a la postura que acabamos de describir, hemos de considerar previamente, si no me equivoco, otros dos estadios de la transformación espiritual. El primero es preparado por Descartes, pero recibe su configuración en Kant e, incluso antes que éste, aunque con un enfoque intelectual algo distinto, en el filósofo italiano Giambattista Vico (1688-1744). Éste fue pionero al formular una idea completamente nueva de la verdad y del conocimiento, y al acuñar, anticipándola atrevidamente, la fórmula típica del espíritu moderno sobre el problema de la verdad y de la realidad. A la ecuación escolástica «verum est ens» (el ser es la verdad), contrapone «verum quia factum». Esto significa que lo único que podemos reconocer como verdadero es lo que nosotros mismos hemos hecho. A mi juicio, esta fórmula señala el final de la vieja metafísica y el comienzo del auténtico y peculiar espíritu moderno. Ella representa, con precisión inimitable, la revolución que el pensamiento moderno supuso frente a todo lo anterior. Para la Antigüedad y la Edad Media el ser mismo es verdadero, es decir, se puede conocer porque lo ha hecho Dios, el entendimiento por antonomasia; pero lo ha hecho porque lo ha pensado. Para el Creator Spiritus, para el espíritu creador, pensar y hacer es lo mismo. Su pensar es su crear. Para la Antigüedad y la Edad Media el ser es ser pensado, pensamiento del espíritu absoluto. Es decir: todo ser es idea, todo ser es pensamiento, logos, verdad. Por consiguiente, el pensar humano es post-pensar del ser mismo, post-pensar de la idea que es el ser mismo. El hombre puede pensar porque su propio logos, su propia razón, es logos del único logos, pensamiento del pensador originario, del espíritu creador que impregna el ser.

Para los antiguos y medievales la obra humana es, por el contrario, algo contingente y efímero. El ser es idea y, por tanto, pensable, objeto del pensamiento y de la ciencia, que busca la sabiduría. Sin embargo, la obra del hombre es mezcla de logos y no-logos, mezcla que con el tiempo se pierde en el pasado. No permite una plena comprehensibilidad porque carece de actualidad, requisito de la contemplación, y porque le falta logos, inteligibilidad ininterrumpida. Por eso, la ciencia antigua y medieval creía que el saber de las cosas humanas era solamente techne, capacidad artesanal, no verdadero conocer ni, por tanto, verdadera ciencia. Por eso, en las universidades medievales, las artes eran sólo el preludio de la ciencia propiamente dicha que reflexiona sobre el ser. Esta tesis pervive todavía claramente en Descartes, al comienzo de la época moderna, por ejemplo, cuando niega expresamente a la historia el carácter de ciencia: por mucho que diga el historiador que conoce la historia de Roma, sabe menos de ella que cualquier cocinera romana; saber latín significa hablarlo igual de bien que las criadas de Cicerón. Unos cien años después, Vico cambió radicalmente el canon de verdad de la Edad Media, que aún seguía en vigor, logrando meterlo correctamente en la cabeza y dando así expresión al giro fundamental del espíritu moderno. Sólo ahora es cuando comienza la postura que da origen a la época «científica», en cuyo desarrollo seguimos inmersos.



p. 57 Vamos a reflexionar un poco más sobre esto, ya que es importante para nuestro problema. Descartes creyó que la única verdadera certeza era la formal, la de la razón, purificada de las inseguridades de lo positivo. Se anuncia el paso a la Edad Moderna cuando la certeza matemática se convierte en modelo de la certeza de la razón, cuando la matemática pasa a ser la forma primaria del pensar racional. Mientras que aquí, el que quiera seguridad no podrá aún prescindir de los hechos, Vico propone justamente la tesis contraria. Siguiendo formalmente a Aristóteles, dice que el saber real consiste en saber las causas de las cosas. Conozco una cosa si conozco su causa; si conozco el fundamento, conozco lo que en él se funda. Sin embargo, de estas cosas se saca y se formula una conclusión nueva: si el conocer real implica el conocimiento de las causas, entonces sólo podemos conocer verdaderamente lo que nosotros mismos hemos hecho, ya que sólo nosotros nos conocemos a nosotros mismos. La identidad entre la verdad y el ser queda suplantada por la identidad entre la verdad y la facticidad; puede conocerse solamente lo «hecho», lo que nosotros mismos hemos hecho. La tarea y posibilidad del espíritu humano no es la de reflexionar sobre el ser, sino sobre lo hecho, lo realizado, sobre el mundo exclusivo de los hombres, que es lo único que nosotros podemos comprender verdaderamente. El hombre no ha creado el cosmos, por eso no puede comprenderlo en su profundidad más íntima. El conocer pleno y demostrable sólo está a su alcance en las ficciones matemáticas y en lo concerniente a la historia, que es el ámbito de la actividad humana y, por tanto, de lo comprensible. En medio del océano de la duda, que amenaza a la humanidad después de la caída de la vieja metafísica al comienzo de la época moderna, se redescubre en el hecho la tierra firme sobre la que el hombre puede intentar construirse una existencia nueva. Comienza el dominio de lo hecho, es decir, la radical conversión del hombre hacia su propia obra como lo único que puede conocer.



A esto va unida la transmutación de todos los valores, transmutación que convierte a la historia subsiguiente en un tiempo realmente «nuevo», opuesto al antiguo. La historia [como ciencia], a la que antes se despreció y consideró como acientífica, se convierte, junto con las matemáticas, en la única ciencia verdadera. Estudiar el sentido del ser, que antes parecía lo único digno para un espíritu libre, se considera ahora una tarea ociosa e inútil que no puede desembocar en un conocer propiamente dicho. En las universidades dominan ahora las matemáticas y la historia, la historia que incluye en sí todo el mundo de las ciencias y las transforma radicalmente. Con Hegel, y aunque de modo diverso también con Comte, la filosofía pasa a ser una cuestión de la historia en la que el ser mismo ha de comprenderse como proceso histórico. En F. Ch. Baur la teología se hace historia, en su investigación utiliza métodos estrictamente históricos, estudia lo que aconteció en el pasado y cree llegar así a su raíz más profunda. La economía nacional se estudia en Marx desde una perspectiva histórica y la tendencia histórica afecta también a las ciencias naturales en general: según Darwin, el sistema de lo vivo es una historia de la vida. A la idea de que las cosas siguen tal y como fueron creadas, la sustituye Darwin con la idea del origen [de la procedencia de unas cosas de otras]: las cosas proceden unas de otras y se remiten unas a otras.



El mundo ya no es, pues, el sólido edificio del ser, sino un proceso cuya evolución continua es el movimiento del ser mismo. Esto significa que el mundo sólo se puede conocer como algo hecho por el hombre. El hombre ya no es capaz de contemplarse a sí mismo, porque de nuevo está en el plano del hecho, en el que no puede reconocerse más que como un producto de antiquísimas evoluciones. Se crea así una situación muy curiosa. Cuando surge un antropocentrismo radical, el hombre sólo puede conocer su propia obra, y tiene que aprender a considerarse como algo que ha aparecido casualmente, como puro «hecho». El cielo, del que parecía proceder, se le desploma; la tierra de los hechos sigue a su alcance, pero tiene que excavarla para descifrar la fatigosa historia de su devenir.





FUENTE:
RATZINGER, Joseph: Introducción al cristianismo (Libro) , , Ed.Sígueme, 2005 Salamanca 56 y ss.



FUENTE AMPLIADA:
RATZINGER, Joseph: Introducción al cristianismo Ed. Sígueme, Salamanca, 2005 (1968)



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