RESUMEN:
Entre la población de más alto riesgo para caer en la droga están los que han perdido el sentido de su vida, los que no tienen ningún fin o motivo que les atraiga hasta el punto de orientar hacia él todas sus energías.
TEXTUAL:
-Padre, tengo Sida.
-¿Y que quieres de mí?, le pregunté.
-No sé. Hablar.
Murió seis meses después y está en el Cielo.
Pues bien, ninguno de ellos llegó a la droga sólo por culpa del paro o del ambiente, o porque alguien les ofreciera el primer porro. Mucho antes de la primera dosis, todos pertenecían al grupo de riesgo más peligroso: el de los cínicos precoces, el de los pasotas más desesperados: tenían ya esa tristeza honda que se enquista en el alma de algunos chavales.
Es una amargura epidémica que crece a medida que avanza el hedonismo teórico y práctico. Ahora mismo millones de adolescentes están aprendiendo en sus casas y en los colegios que lo importante en la vida es buscar el placer más intenso y el más inmediato; eso sí, sin correr riesgos. Algunos asimilan la lección y se convierten en monstruos: en aves de alas atrofiadas, en reprimidos crónicos, perpetuamente frustrados.
Leo en Camino: Si la vida no tuviese por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible. Es lamentable que algunos lo descubran en su propia carne, y que busquen cualquier cosa alcohol, droga, violencia, una secta o una tribu urbana, incluso la autodestrucción, antes que entrar en el juego estúpido de una sociedad, que ofrece como alternativa a la muerte el amor a las focas.
Si encuentras a un chaval al borde de ese agujero, no le hables de las gominolas, que se tira. Vence el miedo y háblale de Dios, que, aunque no lo sepa, eso es lo que está buscando.
FUENTE: MONASTERIO, Enrique: Pensar por libre, Ed.Palabra, 1996 Madrid p.153