p. 26-27: Estamos, pues, ante un modo de razonar lo político que es puramente estratégico: estamos, pues, ante la ideología. La realidad que se presenta como fundamento o sujeto natural de lo político, es un constructo diseñado convenientemente para poder concluir después, como única forma política legítima, el tipo de Estado que se propugna. Al contenido social seleccionado se le priva de su carácter político, para dar a la reivindicación de un orden político determinado la apariencia de una impecable deducción lógica, de un imparcial atenerse a lo puramente natural. Este orden político es el supuesto que, implícitamente, está guiando la elaboración de esa selección, el diseño del pretendido fundamento objetivo y natural. Si el orden político puede presentarse como legítimo por acomodarse a una realidad humana prepolítica, es porque esta realidad ha sido acomodada previamente a ese mismo orden político. Todo pensamiento ideológico construye estratégicamente la realidad “prepolítica” o “natural” a la que apela para justificar el modelo de Estado que propugna.
Este carácter estratégico se cumple igualmente cuando la realidad a la que se ordena el instrumento político es una condición individual-universal, que cuando consiste en una condición colectiva-diferencial. En las diversas versiones del “estado de naturaleza” –y entre éstas podemos incluir planteamientos que, sin mencionar explícitamente esta idea, operan implícitamente con ella– el individuo humano aparece caracterizado por la posesión de una serie de intereses, libertades y derechos que, en verdad, sólo son posibles en el seno de la sociedad política, y cuya jerarquía y valoración es la propia, es la que recibirían esos elementos del patrimonio individual dentro del tipo de sociedad política que se busca justificar.
La verdadera crítica a la idea del “estado de naturaleza” no es que tal estado, situación o condición humana no se ha dado nunca en realidad. Quienes han recurrido a esta idea no lo han hecho por su validez histórica –que, por lo general, no han pretendido– sino por su validez como hipótesis mental, explicativa y justificativa de lo político. La verdadera crítica a esta idea es que su validez como hipótesis explicativa tampoco es real, pues el modo como aparece caracterizado el hombre en el pretendido estado de naturaleza no es, en verdad, pensable o concebible haciendo abstracción de cualquier orden político. No es el “estado de naturaleza” lo que puede servir de fórmula explicativa del orden político, sino que es el orden político –un orden político determinado– lo que explica el contenido atribuido a ese estado. Es este orden político lo que actúa como supuesto necesario de las características humanas seleccionadas como “naturales”, y el hombre “natural” que resulta de esta selección no es, en definitiva, más que el ciudadano típico de la clase de Estado supuesto y propuesto.
El individualismo liberal, que hace del individuo el destinatario y la razón de ser del Estado instrumental, busca una definición del individuo –de su condición y patrimonio inherentes– que permita derivar, a partir de ella, cómo ha de ser y cómo ha de actuar ese instrumento que es el Estado. Su intento consiste en dar con una caracterización natural y universal del hombre como individuo, desde la cual el orden político pueda ser justificado como la elección racional que el individuo haría en función de los rasgos de esa caracterización:
en función de las capacidades, necesidades e intereses naturales e individuales.
Definir este individuo natural consiste en el ejercicio mental de eliminar del hombre socializado –del hombre real y tal como lo conocemos– todo aquello que se deba a su socialización, a su pertenencia a una sociedad políticamente configurada. Se trata de algo así como quitarle hojas a una alcachofa, buscando un núcleo esencial que no consista en hojas que se puedan seguir quitando. Buscar al individuo es buscar el punto máximo de divisibilidad entre el hombre y su entorno social, que es el punto a partir del cual toda nueva división equivaldría a quedarnos ya sin ser humano. El individuo es lo indiviso, lo que ya no puede ser dividido sin que hacerlo implique su destrucción.
Pero, en realidad, este modo de entender la búsqueda de lo esencial o constitutivo, nos hace perder a la postre lo mismo que buscamos, ya se trate del hombre o de la alcachofa. Cuando, por considerar lo político meramente instrumental, se busca lo constitutivo del ser humano en la condición individual de éste, dividiendo o separando al hombre de todo aquello que es “añadido” por el orden colectivo, lo que finalmente nos queda como indivisible es una entidad que carece de significación práctica. El resultado de aplicar ese método es una individualidad completamente abstracta, que es pura capacidad de elegir y pura posibilidad de necesitar, desprovista de todo marco u horizonte vital, reconocible y real, que sirva de fuente de sentido, de criterio y dirección para lo que haya que hacer con esa capacidad y esa posibilidad. Si lo presente en esta condición individual se entiende como lo natural, se trata de una naturaleza humana completamente abstracta, que se encuentra a la espera de recibir alguna determinación –que es siempre social– que le proporcione carácter y significación prácticos. Por lo tanto, de una definición así del individuo, nada suficientemente práctico puede derivarse, nada puede extraerse acerca de cómo ha de ser lo político. Una condición humana que, en el fondo, carece de significado práctico no puede servir de pauta para explicar y justificar lo político, que es una realidad práctica. En el fondo, la búsqueda de lo natural y constitutivo de un ser que es social por naturaleza no puede consistir en reducir este ser a su condición puramente individual.
(...) Queda patente el carácter estratégico de esta definición y, con esto, el carácter ideológico del planteamiento individualista. Con razón, el individualismo liberal ha sido acusado de constituir un falso universalismo, pues la condición individual que esgrime como natural y universal, no lo es en verdad, sino que es la condición del sujeto ideal de una clase determinada de sociedad.
Como antes se ha apuntado, el carácter estratégico se cumple igualmente cuando la realidad prepolítica que se presenta como razón del instrumento político es una condición colectiva-diferencial. Una vez visto lo anterior, no es necesario extenderse mucho sobre este caso, pues la crítica realizada al individualismo es, en esencia, la misma que cabe aplicar a estos otros planteamientos.