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Libertad religiosa > Laicismo > Causas

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RESUMEN:
Cinco causas del laicismo: 1. clericalismo de los católicos, 2. Comprensión errónea del pluralismo por parte del gobernante. 3. Incapacidad para distinguir entre poder y autoridad. 4. Identificación de lo público con lo estatal. 5.El dar más importancia a la dimensión institucional que a la social en la libertad religiosa



COMENTARIO:
Causas del laicismo

Entre las causas del laicismo que se exponen en el libro ?Ollero no entra en las motivaciones personales y espirituales, que en la mayoría de los casos son la causa última de la actitud laicista- podemos identificar las siguientes:



En primer lugar, aunque no la más importante, está la misma actitud de algunos católicos clericales y la correlativa actitud de los laicistas, que podríamos sintetizar en tres manifestaciones: (1) cristianos que todavía no han asumido la responsabilidad de defender como propias las ideas y principios que inspiran sus vidas, y delegan en la autoridad eclesial la labor de justificar tales principios, (2) cristianos que no son capaces de argumentar con razones sus valores, y que apelan con frecuencia a argumentos de autoridad, que no son compartidos por los no creyentes (3) cristianos que cuando piensan en la Iglesia piensan primero en los sacerdotes, religiosos y obispos, olvidándose de que la mayor parte de la Iglesia está formada por laicos que son tan cristianos como los obispos. Esta triple manifestación tiene sus actitudes correlativas en los laicistas porque: (1) Tienden a identificar a la Iglesia con su jerarquía, porque a veces da la impresión de ser la única instancia que defiende los valores encarnados en las vidas de millones de cristianos (2) Excluyen a los cristianos del debate intelectual, porque muchas veces sólo se presentan con argumentos de fe y desconocen hasta el lenguaje y estilos del debate intelectual contemporáneo, (3) Los laicistas han visto muchas veces expedito su camino descristianizador por la pasividad de tantos cristianos, que quizá esperaban una defensa magisterial o que viniera el mismo S. Miguel a defender sus derechos. En este sentido escribe Ollero: «La extendida tendencia a identificar a la Iglesia con su jerarquía lleva no pocas veces a sus fieles laicos a delegar en ella la toma de postura civil ante medidas que afectan al bien común. Es frecuente entre ellos la queja de que los Obispos no se pronuncian públicamente con suficiente energía y celeridad sobre el particular. Tal querencia resulta notablemente paradójica, porque el papel de una jerarquía que respete la laicidad será formular declaraciones de principios que ilustren la conciencia de los laicos, y éstos, por el mero hecho de formular tales quejas, se muestran ya de modo implícito suficientemente ilustrados sobre el alcance de las decisiones en juego. A la postre parece pretenderse que los Obispos asuman la tarea laical de hacer que tales principios acaben siendo social y políticamente operativos. En el fondo todo clericalismo -impuesto o autoasumido- reposa sobre el convencimiento de la minoría de edad del laico, que no estaría en condiciones de abordar por sí solo problemas de particular fuste. Sobre este mismo convencimiento reposa la actitud laicista por un doble motivo. Por una parte, niega en la práctica condición de ciudadano al creyente. Si dice algo, habría que dar por supuesto que es porque desde arriba le han dicho que lo diga. Lo discrimina con ello, al negarle toda capacidad de pensar por cuenta propia, o de arbitrar autónomamente entre las diversas soluciones que cabe diseñar al servicio de idénticos principios». p. 59. En este sentido, en la última página del libro añade: «Puede considerarse sintomático, a la hora de evaluar el predominio de este laicismo autoasumido en los comportamientos individuales de la ciudadanía española, el hecho sin duda llamativo de que, a diferencia de lo ocurrido en Alemania, Francia o Italia, la presencia de símbolos religiosos en las aulas de centros públicos docentes se haya convertido en cuestión sobre la que no existe regulación específica, ni haya llegado a las más altas instancias judiciales. Esto me llevó a recordar que algún alarmista me mostró en cierta ocasión su inquietud ante la posibilidad de que entre nosotros pudiera surgir también ese problema. Hube de tranquilizarlo al respecto; difícilmente podría suceder entre nosotros, dado que a estas alturas no creo que queden muchos de esos símbolos. A diferencia de lo ocurrido en esos países, han ido siendo suprimidos por la vía de hecho sin resistencia ni polémica alguna». p. 190. En definitiva, por culpa en parte de unos y de otros, el laicismo no es capaz de ver en los ciudadanos católicos a hombres libres y responsables de sus propias ideas, capaces de defender por ellos mismos sus propias convicciones.



En segundo lugar, otra de las causas del laicismo es una comprensión errónea del pluralismo político, según la cual un gobernante sería tanto más pluralista cuanto mayor fuera el número de ideologías a las que otorgara respaldo y protección, y cuando esto no fuera posible, la actitud pluralista consistiría en ignorarlas a todas por igual. La falacia es evidente: se nos pretende hacer creer que el número de religiones es altísimo, todas con una inmensa demanda, cuando la realidad es que un porcentaje altísimo de la sociedad española sigue siendo cristiana. El pluralismo político no es una opción del gobernante, sino de la sociedad. El gobernante respetará este principio cuando respete las opciones mayoritarias de la sociedad que gobierna. A este motivo se añade una visión de la libertad meramente cuantitativa, como si la libertad fuera más valiosa cuanto mayor sea el número de opciones disponibles: «Se argumenta en consecuencia que para que se disfrute de auténtica libertad religiosa habría que propiciar un sistema que permita que el sujeto reciba, al formular el acto de fe en que individualísticamente consistiría, "todas las informaciones posibles"; de ahí que se considere negativo financiar a los grupos religiosos teniendo en cuenta el número de sus adheridos, ya que ello perjudicará a los más reducidos. » p. 59



Una tercera causa es la incapacidad que tiene el laicista para distinguir entre poder y autoridad. Se cree que es el poder elegido democráticamente el único legitimado para hacer extensivos los valores o criterios de convivencia, y no acepta que haya otras instancias que, sin tener poder político ni medios de coacción de ningún tipo, puedan difundir valores entre los miembros de la sociedad. «En el fondo del laicismo late la incapacidad de distinguir entre poder y autoridad, percibiendo a ésta como un poder rival. En realidad la autoridad nunca es poder sino prestigio -cultural, científico, moral o religioso- reconocido. Sólo el poder totalitario, que aspira a gobernar cultura, ciencia y moral, recluyendo al efecto a la religión en la sacristía, se siente incómodo cuando el fenómeno religioso se proyecta en el ámbito público». p. 62



Una cuarta causa, muy relacionada con la anterior, es la identificación de lo público con lo estatal. Se piensa que la responsabilidad por el bien común es solo cosa de los gobernantes, que tienen la responsabilidad de nuestra salud, de nuestro descanso, de nuestra cultura, y hasta de nuestros valores. Esta actitud del gobierno se contagia a la sociedad, que se desentiende del bien común, pensando que con sus impuestos ya hace bastante. «En el fondo ?escribe Ollero- del laicismo late la identificación de lo público con lo estatal, con la consiguiente incapacidad para entender y respetar la legítima autonomía de lo social», p. 63



En quinto lugar, también es causa del laicismo el hecho de que el gobernante, y también la doctrina jurídica (especialmente la eclesiasticista) venga dando más importancia a la dimensión institucional de la libertad religiosa, que a su manifestación social. Cuando se da más importancia al problema institucional, se deja un poco de lado la idea de que los poderes públicos tienen que adoptar una postura positiva y promocional del hecho religioso. El número de confesiones con sus correlativas instituciones representativas puede ser muy alto, pero no todas representan al mismo número de ciudadanos. Cuando el gobernante sólo se relaciona con los representantes de las diversas confesiones puede pensar que lo justo es dar a todas lo mismo, y como no mira a la sociedad, ni al número de fieles que cada una representa, puede ser tremendamente injusto dando por ejemplo el mismo tratamiento y atención a las manifestaciones públicas de culto católicas que a los de la iglesia adventicia del séptimo día. La cuestión clave es que el sujeto de la libertad religiosa es el individuo, y no sólo la confesión. En este sentido escribe Ollero: «Quizá todo el problema radica en que la deformación profesional lleve a los eclesiasticistas, mal que les pese, a acabar dando más importancia al problema institucional, de las relaciones entre Estado y confesiones, que a la cuestión de la libertad religiosa, tanto en su dimensión individual como colectiva, que difícilmente justificaría omisión alguna».



FUENTE:
OLLERO, Andrés: España: ¿Un Estado laico? (Libro) , , Ed.Thomson/Civitas, Madrid



FUENTE AMPLIADA:
OLLERO, Andrés: España: ¿Un Estado laico? Ed. Thomson/Civitas, Madrid, 3000 (2005)



CLAVES: Libertad religiosa > Laicismo > Causas
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