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Prudencia > Relación y diferencia con las virtudes morales > Presente en todas las virtudes

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RESUMEN:
La virtud moral no puede existir sin prudencia porque el apetito no se sabe domesticar a sí mismo, sino conforme a lo que la prudencia le vaya acostumbrando a elegir. El apetito puede tener una tendencia natural innata más o menos conforme a la razón, pero no es suficiente.



TEXTUAL:
VI, 11, §905. Dice pues, primero, que, una vez mostrado que la prudencia no puede existir sin virtud moral, debe considerarse a su vez si la virtud moral pudiese existir sin prudencia [porque el apetito no se sabe domesticar a sí mismo, sino conforme a lo que la prudencia le vaya acostumbrando a elegir]. Pues el caso de la virtud moral es similar al de la prudencia y la sagacidad (dinótica) que, aunque no sean enteramente lo mismo, tienen alguna semejanza entre sí, en cuanto ambos descubren las vías convenientes para alcanzar el fin propuesto. Así también parece darse entre la virtud natural y la virtud moral y principal que es la virtud perfecta.

Que sea dada una virtud natural presupuesta a la moral se hace patente porque las costumbres particulares de las virtudes y de los vicios parecen existir en algunos hombres naturalmente, pues algunos parecen ser justos desde el nacimiento, templados o fuertes por una disposición natural que los inclina a las acciones virtuosas. Esta disposición natural puede observarse en cuanto a tres rasgos.

Primero, de parte de la razón, a la cual los primeros principios de la operabilidad humana le han sido naturalmente dados, por ejemplo, que a nadie debe dañarse y otros similares. Segundo, de parte de la voluntad, que de suyo es naturalmente movida por el bien conocido como por su objeto propio. Tercero, de parte del apetito sensitivo, según que algunos, proveniente de su natural complexión, tienen una disposición hacia la ira, otros hacia las concupiscencias u otras pasiones, en mayor o menor grado, o bien moderadamente, en lo cual consiste la virtud moral. Ahora bien, los dos primeros rasgos son comunes a todos los hombres. El tercer rasgo es el que hace la diferencia en los hombres. De ahí que Aristóteles diga ahora que algunos son naturalmente fuertes o justos, sin embargo, en éstos así dispuestos se requiere algo distinto, o sea, un gran bien para que dichas virtudes se den en nosotros según un modo más perfecto. Pues esos hábitos naturales o inclinaciones se dan también en los niños y en los animales, como el león que naturalmente es fuerte y libre.

No obstante, estos hábitos naturales pueden ser nocivos si no los asiste la discreción o buen juicio del intelecto. Parece suceder ahora lo mismo que en el movimiento corporal: si el cuerpo fuere movido con fuerza sin que la vista dirija, puede suceder que el cuerpo se resbale y lesione fuertemente. Así, también, si alguien tuviere una fuerte inclinación al acto de alguna virtud moral y no pusiere discreción, le puede ocurrir una grave lesión, o en el propio cuerpo, como en aquél que se inclina a la abstinencia sin discreción o buen juicio, o respecto de las cosas exteriores, si se inclina a la iliberalidad, y de modo semejante en otras virtudes. Pero si esta inclinación escuchara al intelecto al obrar, de tal manera que obrara con buen juicio, entonces se dará una gran diferencia según la excelencia de bondad. Y el hábito que es similar a tal operación efectuada con discreción, será propia y perfectamente virtud, como lo es la virtud moral.

Por tanto, así como en la parte opinativa del alma hay dos clases de principios operativos, o sea, la sagacidad (dinótica) [que sería como la virtud natural] y la prudencia [que es la virtud adquirida], así también en la parte apetitiva, vinculada a los hábitos morales, hay dos clases, la virtud natural y la virtud moral, que es la principal, y ésta no puede darse sin prudencia, como se vio.



VI, 11, §909. (...) No sólo la virtud moral debe ser según la recta razón. Pues en este caso podría alguno ser virtuoso moralmente sin tener la prudencia, si fuera instruido por la razón de otro. Sino que es preciso decir, además, que la virtud moral es un hábito con recta razón, que es ciertamente la prudencia [como ojo intelectual de la tendencia].

Así es evidente que Sócrates dijo más de lo necesario, en tanto estimó que todas las virtudes morales eran razones y no con razón, porque decía que son ciencias o prudencias.

En cambio, los otros, dijeron menos de lo necesario, sosteniendo que las virtudes son sólo según la razón.

Fue Aristóteles quien se atuvo al medio, explicando que la virtud moral es según razón y con razón. Por lo dicho, se vio que no es posible al hombre tener un bien principal, como lo es la virtud moral, sin prudencia, ni tampoco ser prudente sin virtud moral.



FUENTE:
DE AQUINO, Tomás: Comentario a la Ética a Nicómaco (Libro) , , Ed.EUNSA, 2001 Pamplona VI, 11



FUENTE AMPLIADA:
DE AQUINO, Tomás: Comentario a la Ética a Nicómaco Ed. EUNSA, Pamplona, 3000 (2000)



CLAVES: Prudencia > Relación y diferencia con las virtudes morales > Presente en todas las virtudes
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