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Edonismo y eudemonismo

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EDONISMO Y EUDEMONISMO

P. 220 Que la acción virtuosa es elegida también por la felicidad, no es de ningún modo incompatible con lo anterior, porque la felicidad no es un producto o resultado externo de la acción virtuosa. Esta acción está ordenada a la felicidad, pero no lo está como un medio externo e instrumental, sino como una parte constitutiva de la felicidad misma88. La acción virtuosa es aquello en lo que consiste la felicidad en ese preciso instante; es la determinación y realización verdadera de la misma felicidad en el momento y circunstancia de dicha acción. Por esto, elegir la acción virtuosa es tanto elegirla por la felicidad como elegirla por ella misma. Querer esa acción por la felicidad, no es quererla por un motivo adicional al motivo que encontramos en la acción misma. Y, por esto precisa­mente, querer esa acción por un motivo adicional, implica, a la par, que este motivo no es la verdadera felicidad y que dicha acción no es verdaderamente virtuosa.

Estas consideraciones hacen más patente la diferencia que existe entre el eudemonismo y el hedonismo. Al poner el fin en el placer mismo, el hedonismo convierte la acción en un medio instrumental para el placer, entendiendo el placer como un producto o resultado exterior de la acción. Ésta nunca puede tener valor en sí, nunca puede ser querida por ella misma, pues queda reducida a mera técnica, cuyo único valor es su utilidad para producir placer. Lo útil es el tipo de bien en el que el apetito no encuentra su término, en el que la voluntad no descansa sino que continúa su movimiento hacia el fin último89. En el hedonismo, no cabe placer en la acción, sólo cabe acción para el placer y, lógica­mente, mientras la acción sea necesaria para obtener el placer. El fin del hombre no es algo que le corresponde a éste en cuanto sujeto agente, sino en cuanto sujeto paciente; no constituye su perfección activa, sino su perfección pasiva o patética; y, por esto, la actividad del hombre sólo tiene valor e interés en cuanto actividad transeúnte, en cuanto actividad que perfecciona al paciente.

p.221 Por esto, no es extraño que el hedonismo pueda transformarse fácilmente en su aparente contrario: en el más apático estoicismo. Si el fin es el placer, tan razonable es perseguirlo con ansia, como anular todo apetito, con la salvedad de que lo segundo puede ser, además, más cómodo y económico. No es extraño, por lo mismo, que en una cultura hedonista acaben teniendo atractivo las doctrinas orientales que propugnan la eliminación del deseo.

88          Joseph Dunne, op. cit., p. 270.

89          ST, I, q. 5, a. 6, c.

[yo no busco la felicidad, sino el amor, que entraña en sí la felicidad]

Como afirma Spaemann, la alegría es intencional: alegrarse es alegrarse por algo, y este algo es lo que de verdad importa al que se alegra, y lo que centra su atención91. La alegría no se busca por ella misma, en cuanto pura situación afectiva o estado psicológico, separable de todo objeto real. Lo que buscamos no es sólo sentirnos alegres, no es sólo estar alegres con cualquier clase de alegría. Lo que buscamos es una alegría fundada en razones reales, porque lo que deseamos de veras es siempre algo real92. La alegría como mero estado subjetivo es precisamente la clase de alegría que busca el que no encuentra razones reales para alegrarse, es decir, el que no consigue alegrarse como desearía hacerlo. La acción se convierte en mero instrumento del placer, cuando fracasa como persecución y realización de lo que se desea. Se actúa para sentir, cuando se renuncia a actuar para lograr.

Nadie aceptaría –añade Spaemann– la oferta de pasar toda la vida incons­ciente y conectado a un aparato que le hiciera experimentar las sensaciones más placenteras y sólo estas sensaciones93. Pero, en estricto rigor, esta posibilidad debería representar la máxima aspiración del hedonismo. Ya Aristóteles afirmaba que la felicidad no puede consistir en algo que también esté presente en el que duerme o está inactivo94, y que nadie elegiría vivir siempre con la mente de un niño, aunque así disfrutara de los placeres que un niño es capaz de disfrutar95. Si estas posibilidades nos resultan rechazables, es porque en ellas percibimos la pérdida de algo irrenunciable: la realidad y nuestra acción en ella. Y esas posibilidades nos resultan rechazables en la misma medida en que abrigamos esperanzas respecto de la realidad y nuestra acción, es decir, en la medida en que concebimos nuestra felicidad, lo que deseamos, como algo realmente realizable.

90.         SCG, III, 26.

91.         Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, Eiunsa, Madrid, 2003, p. 97.    

92          Robert Spaemann, Ética: Cuestiones fundamentales, Eunsa, Pamplona, 1987, p. 45.

93.         Robert Spaemann, Límites: op. cit., p. 97.

94.         EN 1098b 30- 1099a 4.

95.         EN 1174a – 3.


La vida no se ordena a algo distinto de sí misma, sólo se ordena a su propia perfección como vida

P. 223 La vida no se ordena a algo distinto de sí misma, sólo se ordena a su propia perfección como vida: se vive para vivir bien. La felicidad o fin último no es el resultado de una vida, no es un bien que se alcanza en o mediante la vida, sino que es la perfección de esta misma como un todo: es la clase de vida que está constituida por el ejercicio excelente y constante de la operación en que consiste el vivir del hombre en cuanto hombre, es decir, es la clase de vida que está compuesta de excelentes elecciones. Ser feliz es lo mismo que vivir bien, y “vivir bien consiste en obrar bien”99.

99.         ST, I-II, q. 57, a. 5, c.

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