p. 405 Propiamente hablando, no obedecemos a la ley, sino al poder, pues la obediencia se presta a alguien, a la voluntad de alguien. Al cumplir la ley, estamos necesariamente obedeciendo al poder, prestando nuestro consentimiento a la voluntad de alguien, y no sólo reconociendo la racionalidad de algo. Pero dar nuestro consentimiento a la voluntad de alguien, tiene sentido si esa voluntad quiere el mismo bien común que nosotros queremos. La razón última y definitiva de cumplir la ley, de obedecer al poder, no es el acuerdo con el contenido de la ley, con lo que el poder manda; ni tampoco lo es el miedo a la pena previsible. Esa razón es el reconocimiento de que el poder es una voluntad que quiere el bien común y lo quiere en concreto, y de que esta concreción –lo que el poder quiere concretamente– es necesaria para hacer efectiva la prosecución de ese bien común. En última instancia, esa razón es el mismo bien común.
p. 405 (...) Podemos precisar quizá, que la razón de cumplir la ley es el bien común, lo que queremos conjuntamente; pero la razón de cumplir una ley determinada –de hacer obligatoriamente esto en concreto– es la legitimidad del poder, es el hecho de que eso es lo que quiere una voluntad que está facultad para querer –para decidir– la determinación eficaz de lo que queremos en común.