p. 200 Este modo de pensar incapacita para comprender cualquier todo social y, particularmente, el todo político, pues oculta la realidad de que es el conjunto social lo que configura a sus miembros, a sus partes integrantes, por lo que no es posible comprender ese conjunto desde el conocimiento que podemos tener de sus componentes al margen de ese mismo conjunto, es decir, desde el conocimiento que podemos tener de sus miembros al margen de su condición de miembros. El curso de la definición o configuración va del todo a las partes, por lo que sólo desde el ethos político podemos dar razón de la determinación que adoptan quienes forman parte de él: personas e instituciones. Cierto es que esos integrantes pueden ser algo –que podemos conocer– al margen de la polis, con independencia de su condición de integrantes de ésta, y que lo que así sean puede afectar a la configuración de la polis. Pero afirmar esto es algo muy distinto de sostener que aquello que los integrantes de la polis puedan ser con independencia de ésta, constituye precisamente el fundamento y razón de la misma polis, es decir, constituye lo que esos integrantes son en cuanto integrantes de la polis.
La concepción genética de lo político conduce siempre a entender la polis en términos de asociación, contrato, transferencia de derechos previos, etc. Estas son las categorías propias y características de la tradición del iusnaturalismo moderno. En esta tradición, la idea del estado de naturaleza representa la hipótesis que se toma como punto de partida para la explicación –por composición– de la sociedad política. El paso desde esa condición inicial y natural hasta la presencia de un orden político, se entiende en la forma de un contrato, pacto o asociación de carácter más o menos utilitario. Bajo diferentes fórmulas y presentaciones, estas mismas ideas se repiten en toda versión del modo genético o compositivo de entender lo político.
p. 201 Para el iusnaturalismo moderno, lo político se construye mediante la cesión o transferencia de facultades previa y naturalmente poseídas por el individuo. El conjunto de esas facultades transferidas constituye la esfera pública o política, y el conjunto de las conservadas, la esfera privada. Se trata, pues, de una especie de transacción: se enajenan unas facultades, a cambio de preservar en mejores condiciones una parte del conjunto total de las que se poseía originalmente. Según esto, lo político no representa una verdadera novedad: no consiste en una nueva forma de vida, compuesta por una nueva clase de acciones, para las cuales nos capacitamos en el seno de la misma polis. Lo político sólo significa una manera más provechosa de asignar lo que ya se tenía. Pero pretender explicar la realidad política de este modo, es algo tan inconsistente como intentar explicar el juego del ajedrez, como el resultado de transferir a un contrincante la mitad de las facultades que uno tenía de mover a placer todas las fichas de un tablero.
En esencia, el estado de naturaleza –en cualquiera de sus versiones, explícitas o implícitas– lo que viene a representar es la pretendida precedencia de dimensiones o actividades abstractas –especialmente, de la economía– frente a cualquier ethos social concreto, y, especialmente, frente al ethos político. En el estado de naturaleza, se encuentra ya presente todo aquello –trabajo, economía, propiedad, derecho...– que pasará a ser el contenido de la vida política. La polis aparece posteriormente, como un continente en el que verter todas esas dimensiones que, hasta entonces, se han dado sin una forma o marco concreto. Pero, en verdad, tal precedencia no existe: es sólo el resultado de tomar lo que es posible en la polis y sólo en la polis, y abstraerlo de la polis misma. Pero como esta abstracción es inválida, el verdadero resultado –el supuesto estado de naturaleza– no consiste en un conjunto de dimensiones o actividades abstractas –sin polis–, sino en el contenido de una polis abstracta.
p. 203 Los deseos, intereses o necesidades del individuo, que suelen tomarse como principio rector de la composición de la polis, son realmente deseos, intereses o necesidades que el hombre sólo puede tener en la sociedad política y por efecto de ésta. Pensar que la polis se crea para satisfacer esas exigencias como previas, es algo así como pensar que el ajedrez se ha diseñado para tener algo que hacer con unas fichas de ajedrez que se poseían previamente. Cuando se pretende justificar un tipo de sociedad política mediante la demostración de que esa sociedad es la que satisface un conjunto de exigencias y valores fundamentales, que han sido tomados como premisa inicial, lo que se está haciendo, en realidad, es extraer, como conclusión, el mismo tipo de sociedad política que es condición de esos valores y exigencias: el tipo de sociedad en que esos valores y exigencias son, efectivamente, fundamentales.
p.204 Es significativo que el curso del pensamiento político moderno represente, en buena medida, una larga serie de rectificaciones sobre qué intereses, deseos o necesidades son verdaderamente naturales, originarios o básicos. Hobbes quiso acabar con las disputas políticas de su tiempo, estableciendo, como natural y fundamental, el apetito individual de autoconservación. Locke corrigió a Hobbes, definiendo como apetito fundamental el deseo de libertad y propiedad. Rousseau negó la naturalidad de todo apetito egoísta, y afirmó la del sentimiento de compasión. Bajo la inspiración de Locke, el liberalismo rechazó el orden de estimaciones y valores del Antiguo Régimen, que el tradicionalismo naturalizaba. Y el marxismo negó la pretendida naturalidad del orden burgués, que el liberalismo había consagrado, para pasar a naturalizar los deseos y necesidades que el hombre tendría en la sociedad sin clases. En cada caso, se naturalizaba el orden de preferencias que correspondía a la clase de sociedad que se intentaba justificar.
La polis no se crea por composición o agregación de lo prepolítico, ni su sentido consiste en satisfacer los deseos y necesidades que pudieran darse antes de aparecer ella. La función de la polis no es garantizar la obtención de lo que podría desearse sin ella, sino hacer posible, con su presencia, el desear algo mejor, es decir, hacer posible un apetito mejor.
[Por ejemplo]
p. 207 Proveerse de seguridad personal mediante la contratación de los servicios de un grupo de guardaespaldas, es algo distinto de gozar de un clima de seguridad ciudadana, proporcionado por una buena educación cívica y un eficaz cuerpo de policía. Y la diferencia no está sólo en el modo de obtener ese bien, sino también, en la clase de bien que se obtiene: la primera clase de seguridad y la segunda son dos clases diferentes de seguridad, y la segunda es más perfecta, de mayor calidad, que la primera. Abandonar el primer modo de tener seguridad, y adoptar el segundo, significa preferir tener en la forma de bien común lo que antes se poseía en la forma de bien particular. (...) Una polis segura no es una polis que da facilidades para que cada uno se provea privadamente de seguridad. Preferir la primera –una polis segura– como modo de tener seguridad es lo que caracteriza a un buen ciudadano