p. 184-85En el pensamiento de Tomás de Aquino, toda la realidad compone un Orden creado, en el cual cada criatura posee una función, cuyo cumplimiento representa la aportación de ese ser a la perfección y belleza de dicho Orden. Los seres irracionales desempeñan su función de manera necesaria, siendo movidos por su propia naturaleza. En esto consiste su modo de participar del gobierno divino sobre la Creación –de ser guiados por él–, y este gobierno se llama ley eterna. El hombre, en cambio, participa de ese gobierno, de la ley eterna, mediante su razón y su inclinación, es decir, conociendo y queriendo. Este modo de participación se denomina ley natural, es un seguimiento libre del gobierno divino, y se encuentra perfeccionado en el hombre virtuoso, y corrompido, en el vicioso [TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I-II, q. 93, a. 6.]. Pero participar consciente y libremente de la ley eterna es participar activamente del gobierno divino, es decir, es participar de la Providencia divina siendo providente sobre sí mismo y sobre las demás criaturas [Ibid., I-II, q. 91, a. 2.]. Es obvio que ser providente es gobernar; y esta función, esta clase de actividad, resulta ser aquella que es característica y distintiva del hombre en el conjunto de la Creación.