Guillaume Blanc, L'invention du colonialisme vert. Pour en finir avec le mythe de l'Eden africain, Paris, Flammarion, 2020, 343 p., préf. François-Xavier Fauvelle, ISBN : 978-2-08-150439-4.

RESUMEN DEL LIBRO
Fuente: https://journals.openedition.org/lectures/49875
La invención del colonialismo verde surge en un contexto particularmente marcado por la crisis ambiental, agravado aún más por la irrupción de la Covid-19 que ha puesto de relieve el vínculo entre la destrucción de la naturaleza y las epidemias emergentes. Historiador del medio ambiente y especialista en África contemporánea, Guillaume Blanc aborda a través de la historia de los parques nacionales en África desde 1850 hasta 2019 la cuestión de las políticas de conservación de la naturaleza. Al trazar la historia de los parques etíopes, especialmente el del Simien, el autor pretende desmitificar el mito del Edén africano mediante un nuevo análisis de las políticas de conservación en África. De esta manera, pone de relieve una naturalización forzada de los espacios africanos por parte de expertos occidentales en una concepción colonial de la naturaleza, sintomática de un colonialismo verde que ha prevalecido en el continente desde 1850 y que ha llevado a la criminalización de las poblaciones locales, convirtiendo los parques en espacios de exclusión, violencia e desigualdad. Para ello, adopta un enfoque histórico postcolonialista, basando su obra en el análisis de archivos procedentes de instituciones internacionales de conservación y en relatos de vida recopilados de actores del Simien.

Después de definir su objeto de estudio, su metodología y sus objetivos en el primer capítulo, el autor desarrolla en los siguientes capítulos la historia de Etiopía y sus parques, y de manera más subyacente, la de África. Así, analiza en el segundo capítulo la creación de parques en África entre 1850 y 1960, explicando cómo los colonos europeos, influenciados por el romanticismo y el orientalismo, fantaseaban con un Edén virgen y salvaje en la África colonizada del siglo XIX que estaba amenazado por las poblaciones locales. Estos administradores coloniales establecieron las primeras políticas de conservación en territorio africano: primero crearon reservas de caza y luego parques nacionales a partir de 1900, "santuarios dedicados exclusivamente a la vida animal". Las actividades humanas fueron criminalizadas dentro de los parques, que se convirtieron en zonas donde los derechos humanos ya no tenían vigencia. Se delineó una política de parques, respaldada por instituciones internacionales de conservación creadas durante el período colonial (UICN, Fauna & Flora International, Unesco, WWF): la expulsión y el desplazamiento de los habitantes, o la "conservación fortaleza". A menudo, estas instituciones empleaban como expertos a antiguos administradores coloniales que perpetuaban bajo una nueva identidad el discurso colonial de una África verde destruida por las poblaciones locales.

En su tercer capítulo, el autor analiza la implementación por parte de estas instituciones del Proyecto Especial para África, de 1960 a 1965. Después de la descolonización, era necesario salvar la naturaleza africana no solo de los habitantes que la destruían, sino también de los nuevos gobernantes que amenazaban las políticas de conservación ya establecidas. La creación de parques naturales continuó y los mitos sobre la naturaleza en África siguieron circulando y consolidándose a través de los "textos-redes": informes y artículos que se refuerzan mutuamente y reemplazan incluso la realidad del terreno.

El siguiente capítulo se centra en la gestión política de los parques nacionales en Etiopía de 1965 a 1970. Las instituciones internacionales llevaron a cabo una globalización de la conservación mediante la formación de expertos transnacionales y la difusión de políticas hegemónicas destinadas a convertir África en parques y a expulsar a los habitantes de dichos parques. El Estado etíope aprobó y se apropió de estas políticas, ya que le permitían afianzar su poder sobre regiones con aspiraciones separatistas. La protección de la naturaleza se convirtió en una verdadera cuestión de poder que legitimaba la violencia, ya fuera en la cima del Estado o en el "nivel del suelo", en los parques.

En el capítulo cinco, el autor explora cómo estas relaciones de poder contribuyen a una explosión de la violencia dentro de los parques nacionales de 1970 a 1978. El miedo al desplazamiento y a la expropiación está en el corazón de los actos de resistencia, mientras que los guardabosques y expertos criminalizan los modos de vida agropastoriles. La violencia se multiplica y la política de expulsión continúa a través de los diferentes regímenes políticosetíopes.

En el capítulo seis, el autor explica cómo el discurso apolítico de la conservación contribuye a justificar y a invisibilizar la violencia de los gobiernos contra las poblaciones locales de 1978 a 1996. A principios de la década de 1980, las normas cambian y la protección de la naturaleza se supone que mejora la vida de las poblaciones: la conservación comunitaria va de la mano con la noción de desarrollo sostenible. "Todo el desafío [...] es conciliar lo inconciliable: la explotación capitalista de los recursos y su protección para toda la comunidad". La nueva ética es lograr desplazamientos "voluntarios" que contribuyan al desarrollo de las poblaciones, a la conservación del parque y a su actividad turística.

En el capítulo siete, el autor analiza este nuevo desarrollo comunitario que tiene lugar de 1996 a 2009 y que es tan ficticio como las prácticas hegemónicas de conservación global. El discurso comunitario es de tal "respetabilidad técnica que se ha vuelto imposible de cuestionar"; sin embargo, contribuye a la criminalización y opresión de las comunidades locales justificando su desplazamiento forzado por razones éticas. Desde 2005, se lleva a cabo una política de sensibilización sobre el desarrollo sostenible entre las poblaciones: la violencia concreta se vuelve también simbólica porque los agropastores ahora han incorporado plenamente los valores de la conservación y la idea de que no tienen lugar en la naturaleza.

En el capítulo ocho, el autor examina las consecuencias de estas políticas de conservación para las comunidades locales de 2009 a 2019. Tanto para las comunidades desplazadas a áreas urbanas como para aquellas que permanecen en el lugar, y que sufren la desorganización social provocada por el turismo y las cargas financieras de las multas por sus actividades agropastorales, la creación de parques en su territorio las sumerge en una creciente pobreza que empaña el balance de los proyectos de desarrollo y conservación. El autor concluye que el mito del Edén africano sigue siendo relevante. Apoyado por conocimientos erróneos, los términos del discurso han cambiado desde la época colonial, pero las prácticas y sus consecuencias siguen siendo las mismas: criminalización, expulsión, violencia, desigualdad y pobreza.

La aproximación postcolonialista del libro pone de relieve cómo la visión de la naturaleza heredada de la época colonial sigue conformando y justificando las políticas conservacionistas que separan a los humanos de la naturaleza en la violencia y que justifican las exacciones contra las comunidades locales en nombre de la protección de la naturaleza. Sin embargo, también tiende a categorizar y naturalizar a los actores al abordar la historia de los parques nacionales desde el único prisma del colonialismo y al centrar el análisis en dos figuras arquetípicas: el experto occidental y el habitante africano. Esta elección, si bien hace que el libro sea accesible para el público en general, puede hacer que la exposición parezca demasiado simplista para los investigadores en ciencias sociales, ya que no permite dar cuenta de la complejidad de la situación y de la multiplicidad de los actores, entre sí y dentro de ellos mismos. Por lo tanto, surgen contradicciones en el libro que testimonian la diferencia entre el análisis deliberadamente simplificado del autor y la complejidad del terreno. Por ejemplo, Etiopía se toma como reveladora de la historia colonial africana, aunque es uno de los pocos países que no fue colonizado en África; el papel de los gobiernos y actores locales parece casi accesorio, aunque su implicación se menciona varias veces en el libro. Algunos ejemplos anecdóticos se convierten en síntomas del colonialismo, como "El Rey León" o el turista estadounidense que recicla. Además, el libro a veces adopta una postura caricaturesca, presentando a occidentales que protegen la naturaleza africana para justificar los daños causados en su propia naturaleza, o a turistas canadienses en busca de una naturaleza que ya no existe en su país, a pesar de que Canadá posee una gran parte de los humedales y bosques boreales del planeta y que el 25% de su territorio está protegido. Así, aunque el libro ilustra hábilmente cómo la historia de los parques nacionales en Etiopía refleja un colonialismo verde presente en las políticas de conservación de la naturaleza, parece superar lo que sus datos pueden demostrar al anunciar que pretende hacer la historia del colonialismo verde en África. También cabe preguntarse si el ejemplo etíope es generalizable al continente africano y si las palabras de los actores no se ponen al servicio de un análisis decididamente postcolonial. Elaborar una historia del colonialismo verde en África seguramente requeriría un análisis más holístico y global sobre África y el mundo en general, incluidos el colonialismo y la modernidad como ideologías políticas y sociales, la creación de los conceptos de ecología y medio ambiente a finales del siglo XIX, la aparición del ambientalismo como ideología política a principios del siglo XX y el concepto ontológico o filosófico de la naturaleza. Además, el análisis del colonialismo verde en África no puede hacerse sin mencionar su contraparte industrial: las industrias extractivas europeas, americanas o chinas que saquean literalmente los recursos africanos mientras destruyen el medio ambiente y contribuyen al desplazamiento de los habitantes de las zonas de extracción. Es importante señalar que en la actualidad, el 71% de los parques africanos inscritos en el patrimonio mundial de la UNESCO están sujetos a concesiones mineras o petroleras.