Lo que la gente llama "cumbres de la intelectualidad" no son las personas que realmente poseen un conocimiento más verdadero y profundo, ni si quiera las más originales, sino aquellas que tienen la suficiente porosidad como para reflejar en sus obras el "pensamiento" dominante, y exponerlo de nuevo al público de una forma brillante. En el fondo, los que dicen lo que la gente quiere escuchar.
Escribe Paco Carpintero, relativizando la importancia de los autores más famosos del iusnaturalismo racionalista:

p. 220
BELLAPERTICA. ¿Tan poca importancia concedes al trabajo intelectual?
SEDUARDUS. Al contrario, le concedo mucha. Lee "El orador" de Cicerón. El orador no es un creador de ideas nuevas, sino alguien que sabe compendiar lo que está en el ánimo de muchos y lo expone claramente.
No pienses que me muevo con ideas vagas. Algunos tienen la idea de que soy un historiador, lo que no acaba de ser cierto. Desde luego, durante estos cuarenta y ocho años en los que me he dedicado a la filosofía del derecho, habré dedicado quince o veinte a estudiar la historia del pensamiento, especialmente del jurídico, en el segundo milenio. Ella me ha enseñado que las ‘cumbres’ de la cultura han sido personas que han tenido la suficiente porosidad ante las ideas dominantes en las clases cultas, y que han sabido exponerlas ‘bien’. Han sido buenos retóricos, es decir, personas que saben exponer adecuadamente los argumentos.
Hugo Grocio (1625) no sólo no innovó nada, sino que, en la carrera por las libertades propiamente modernas, fue tímido y no llegó a lo que había dejado escrito Francisco Suárez. Y con Samuel Pufendorf, cincuenta años más tarde, sucedió lo mismo. Pero supieron exponer adecuadamente su pensamiento.