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Se piensa y se habla de la vida política como si ésta no tuviera más objetivo que el compatibilizar las diferencias que cada ciudadano o grupo de ciudadanos presenta, y, en consecuencia, el ideal de tolerancia es erigido en valor supremo, y casi único, de la convivencia. Parece existir una aceptación conformista de la imposibilidad de que la sociedad constituya la propuesta y promoción de una forma común de vida buena; de la incapacidad por parte del hombre de trascender su interés individual en razón de un bien común; de la imposibilidad de que la armonía social sea algo más que el resultado mecánico de la libre concurrencia de egoísmos más o menos racionalizados.