p. 347 Podemos afirmar incluso que el trabajo, lejos de ser el origen y la causa de la propiedad, resulta ser, en realidad, el efecto y la consecuencia de la propiedad. El trabajo, como realidad que verdaderamente puede llamarse así, es decir, como realidad social, definida y sostenida, no precede a la propiedad, sino que es posterior a ella. Es la propiedad lo que hace posible el trabajo. Para que sea posible –razonable y ordinariamente posible– dedicarse a transformar una cosa, a extraer de ella un resultado y a seleccionar para ella el destino más conveniente, es necesario tener esa cosa en propiedad; es decir, es necesario contar con la garantía de que, en el futuro, esa cosa seguirá siendo nuestra y, por tanto, podrá seguir siendo el objeto de nuestro esfuerzo, y que el fruto de este esfuerzo será también nuestro. La estabilidad –el orden como limitación del cambio– en la atribución de lo propio posibilita la índole proyectiva, de previsión y esfuerzo sostenido, que caracteriza al verdadero trabajo. Precisamente, una de las razones tradicionalmente esgrimidas para la justificación de la propiedad privada, se centra en el trabajo como consecuencia y fruto de la propiedad: en el hecho de que la propiedad es causa de un trabajo más esforzado y fructífero por parte del hombre.