p. 58 y 59 La visión de la sociedad como un sistema de relaciones instrumentales que permite compaginar la búsqueda autónoma del propio bien por parte de una pluralidad de individuos, es la visión que preside el Estado rigurosamente liberal, garantizador de derechos individuales. Estos derechos son entendidos como la expresión y la forma de la autonomía individual. El sentido básico de la actuación del Estado es la garantía de estos derechos, que el Estado defiende y proclama frente a cualquier forma social o contexto comunitario que pretenda implicar, para sus miembros, vínculos que no sean meramente instrumentales. La defensa de estos derechos equivale a preservar al hombre en su condición de individuo, a pesar de las comunidades en las que el ciudadano pueda tomar parte, empezando por la misma polis.
El Estado se convierte en una aparato fiscalizador de todos los ámbitos sociales en los que se desarrolle la vida del ciudadano, en un vigilante celoso de que la individualidad de éste no quede incorporada a una condición o identidad comunitaria. Ante cualquier problema humano en estos ámbitos, el Estado reacciona imponiendo nuevas formas de reconocimiento y protección de los derechos de cada individuo, provocando así que, poco a poco, en todos los ámbitos sociales –familia, escuela, sanidad, diversión, etc.–, los derechos que se ejerzan y su modo de ejercicio sean exactamente los mismos. De este modo, los problemas sociales reciben una respuesta completamente descontextualizada: el contexto al que pertenecen se hace irrelevante, y lo único que cuenta es el individuo, con sus derechos, y el Estado, que vela por ellos. Y cuanto más actúa el Estado como aliado del individuo frente a cualquier contexto social, más completa es la dependencia de éste respecto del aparato estatal. A la postre, la absolutización del hombre y la instrumentalización de la sociedad dan lugar a una nueva forma de sometimiento: el sometimiento del individuo al Estado protector.