La idea de naturaleza humana que maneja santo Tomás no es la de una esencia universal, metafísicamente entendida. Prueba de ello es por un lado la concepción de la virtud a modo de segunda naturaleza, y por otro su explicación sobre la mutabilidad de la naturaleza humana.

p. 225-226 Y otra muestra de que, al hablar del derecho natural, Tomás de Aquino no está pensando en la naturaleza humana metafísicamente entendida, como fundamento de ese derecho, son las referencias a la mutabilidad de la naturaleza humana, que el Aquinate hace, precisamente, en el contexto del estudio de lo justo natural. El punto de partida de esas referencias se encuentra, una vez más, en Aristóteles. En la Ética a Nicómaco, Aristóteles refiere que algunos sostienen que sólo existe lo justo legal –es decir, convencional o positivo–, y que no hay lo justo natural, porque, si lo hubiera, debería ser inmutable, pues lo natural es idéntico en todas partes, "como el fuego, que quema tanto aquí como en Persia"; pero, por el contrario, "ellos observan que las cosas justas cambian". La respuesta a esta objeción a la posibilidad de lo justo natural, no es negar la mutabilidad de esta forma de lo justo, sino afirmarla en cierto sentido. Quizá entre los dioses las cosas justas sean inmutables, "pero entre los hombres hay una justicia natural y, sin embargo, toda justicia es variable, aunque hay una justicia natural y otra no natural. Ahora bien, de las cosas que pueden ser de otra manera, está claro cuál es natural y cuál no es natural, sino legal o convencional, aunque igualmente ambas sean mutables". La variabilidad que se da en todo lo humano, no obsta para que exista lo justo natural, porque, a pesar de esa variabilidad, siempre es posible distinguir entre lo que es natural y lo que no lo es, como ocurre, por ejemplo, con la mano derecha, "que es por naturaleza la más fuerte, aunque es posible que todos lleguen a ser ambidextros"[1].

En la Suma Teológica, Santo Tomás aborda la misma posible objeción a la existencia del derecho natural: lo natural es inmutable, pero en las cosas humanas no hay nada inmutable; y su respuesta discurre por la misma línea argumental que la de Aristóteles. Es inmutable lo natural a un ser cuya naturaleza es inmutable, pero la "naturaleza del hombre es mutable", y, por esto, "lo que es natural al hombre puede fallar (deficere) a veces". Así, por ejemplo, aunque es justo por naturaleza que lo depositado sea devuelto al depositante, y así debería hacerse siempre "si la naturaleza humana fuera siempre recta", puede haber casos en los que lo depositado no deba ser devuelto, para que el depositante con voluntad perversa no haga un mal uso de ello, como sería el caso de un loco o de un enemigo de la república que reclama las armas que prestó[2]. La referencia a la mutabilidad de la naturaleza humana y a las variaciones que, en consecuencia, pueden darse en lo que, de ordinario, es naturalmente justo, aparecen también en otras obras del Aquinate[3].

[1] Ética a Nicómaco, 1134b.
[2] STh., II-II, q. 57, a. 2, obj. 1 y ad. 1.
[3] In V Ethic., nn. 1026, 1028 y 1029; De malo, q. 2, a. 4, ad. 13.