Las instituciones son, con respecto a la sociedad, lo que los hábitos con respecto a la persona
p. 39 Gracias a su institucionalización, la práctica de un bien se hace más fácil y fluida, y de esta manera, la presencia de dicho bien en el seno de la polis se convierte en habitual y ordinaria. Sólo si la realización de un bien no exige un esfuerzo extraordinario y, por lo tanto, insostenible, dicho bien puede estar presente habitualmente en la sociedad, es decir, sólo así ese bien puede constituir un contenido estable y característico de la vida social. En este sentido, las instituciones son, con respecto a la sociedad, lo que los hábitos con respecto a la persona: unas y otros capacitan especialmente a su sujeto para la realización de una clase de acciones, de bienes, que se convierten así –por la facilidad con que se llevan a cabo– en ordinarios y característicos del vivir de ese sujeto.
Por consiguiente, definir las instituciones en las que se articula internamente la polis, es definir la vida política: es definir qué clase de bienes o valores, qué clase de actividades, relaciones, planes de vida y elecciones van a estar presentes de manera habitual en nuestra vida común, como características de ésta. El verdadero carácter de una sociedad es el que reside en el cuerpo de instituciones realmente vivas de que dispone, y no el que corresponde a las proclamas que desde dentro de ella puedan realizarse a favor de unos ideales u otros.
Los bienes, valores e ideales no los vivimos en abstracto y, por decirlo así, químicamente puros. Los vivimos según formas institucionales que, al mismo tiempo, rebajan su pureza y los aproximan a nuestra acción. Los valores que forman parte realmente de nuestra vida política son aquellos que han sido institucionalizados. Por tanto, sólo los valores e ideales que son institucionalizables tienen verdaderamente carácter político, son auténticos valores e ideales políticos: sólo éstos pueden pasar a formar parte, a configurar y caracterizar la vida en la polis. Un mismo ideal puede no ser siempre un ideal político, pues puede que no se den siempre las condiciones para su institucionalización.
En tanto que articulada internamente en una pluralidad de instituciones, la polis puede ser entendida como una institución de instituciones. En la polis, todas las instituciones son radicalmente políticas: la polis es el todo arquitectónico que posibilita el surgimiento de éstas y que actúa como razón última de la definición de cada una de ellas. Volvamos al ejemplo de la familia. Al margen de la polis, las relaciones de parentesco, los bienes de la amistad familiar, de la crianza y educación adoptarían una forma institucional diferente a la que pueden adoptar en la polis. Sin contar con la polis, la comunidad familiar estaría cargada con una serie de funciones –de protección, de justicia, de instrucción, de trabajo y asistencia– que afectarían a las relaciones entre sus miembros, y que obligarían a esta comunidad a adoptar una configuración adecuada al desempeño de esas funciones. Por el contrario, en la polis, la familia es descargada –en todo o en parte– de esas funciones, que son asumidas por otras instituciones que son posibles en el seno de la polis. Mediante esta descarga, la familia queda redefinida políticamente: recibe una nueva definición, que es correlativa a la definición de las otras instituciones políticas.